Ixmucané es el nombre de una diosa importante en la teogonía maya.
Fue la abuela de los héroes gemelos Hum Ahpú e Ixbalamqué quienes vencieron a los demonios del inframundo.
Es conocida como la abuela de El Alba y fue la que preparó la masa de maíz con la que Dios creó al hombre nuevo.
En este relato Ixmucané es una descendiente de la aludida diosa que vive en una bonita casa pintada de blanco asentada en la planicie de una hermosa colina rodeada de plantas de todas las clases que habitan en Mesoamérica. La entrada principal de su morada ve hacia la dirección de levante y se llega a ella por un sendero empedrado.
Los jardines de aquel lugar son maravillosos, los árboles más altos como la ceiba, el pino y la caoba están sembrados más lejos que los demás de tal forma que no den sombra a los de menor tamaño, y además constituyan un frondoso bosque para que los animales de la selva busquen refugio, en cambio, las flores y las legumbres se localizan en arriates cercanos a la vivienda para facilitar a Ixmucané su recolección.
En todo el lugar se escuchan, desde el amanecer hasta el crepúsculo, los cantos de diversidad de aves, además, en la lejanía, ya anocheciendo, el coyote, el jaguar y el puma aúllan o rugen como queriendo demostrar cada uno su presencia en la selva.
Los jardines de Ixmucané eran famosos en todas las ciudades mayas y muchas personas viajaban a conocerlo con el único propósito de embelesarse en aquel paraíso terrenal.
Una de las cosas que fascinaban a los visitantes eran los arroyos que provenientes de una montaña colindante a la colina caían a la planicie corrían bulliciosos por la superficie y que al bajar por la pendiente al llano se represaban en una laguna donde unas máquinas de viento elevaban de vuelta el agua hacia la meseta por medio de canales de estuco que terminaban en otra represa ubicada cercana al bosque. De esta forma, con un sistema de acequias y compuertas los jardines tenían irrigación aun en las temporadas de estiaje.
Ixmucané contaba con cinco empleados incluyendo a una joven experta en hacer y cuidar almácigos, que le ayudaban a mantener vigoroso y alegre aquel jardín, además, con ella vivía una niña que aparentaba unos 10 a 11 años que unos decían era su hija, pero no pocos pensaban que, dada su gallardía de diosa, era ella misma duplicada en menor escala.
Al amanecer, antes de que apareciera el sol en el horizonte, las dos mujeres salían de la casa y levantando sus brazos al cielo rezaban a Dios oraciones indescifrables para el común de los mortales.
Ixmucané conservaba diversos sembradíos de maíz, maravilloso cereal que podía comerse en todas las épocas del año porque mientras se preparaba la tierra en unos, en otros ya las plantitas recién nacidas crecían raudas buscando el cielo, en algunos se veían los tallos gruesos listos para florecer y brotar el fruto y por último parcelas llenas de mazorcas verdes en su punto, ya sea para comerse asadas o cocidas, o para preparar las diferentes formas que los mayas conocían para saborear el mejor de sus alimentos vegetales.
Asimismo, en su propiedad disponía de invernaderos para salvaguardar las plantas de las torrenciales lluvias en los tiempos de temporales, lo mismo que silos para almacenar los granos secos del maíz, el frijol y el amaranto.
Ixmucané y su niña solían sentarse al atardecer en las afueras de su casa a beber atol de elote mezclado con cacao molido, adobado con vainilla y endulzado con miel de abeja mientras se embelesaban con el paisaje de la caída del sol y los diversos colores que se matizaban en sus jardines, el bosque y la montaña lejana.
En los tiempos de carestía, Ixmucané siempre guardaba alimento para aquellos que le solicitaban comida y en los días de fiesta preparaba banquetes con exquisitos platillos aborígenes acompañados de bebidas de frutas como la piña y la guanábana.
Todo aquel lugar donde la diosa plantó sus árboles, arbustos y demás plantas comestibles, ornamentales o medicinales estaba lleno de paz, alegría y felicidad. Pero un día que como de costumbre cuando estaba por llegar el alba, Ixmucané y su niña salieron de la casa para orar y levantar sus brazos al cielo, se sorprendieron al ver en el suelo un hermoso quetzal muerto enfrente de la puerta de su casa, el colorido plumaje de aquella hermosa ave estaba salpicado de sangre y en su cuello tenía una profunda herida. Un angustioso presentimiento asaltó el corazón de ambas mujeres. Ixmucané tomó el quetzal con sus delicadas manos de diosa y junto con su niña enterraron el cuerpo de la espléndida ave al pie de un árbol de ceiba cubierto de floridas orquídeas. Todo ese día ambas féminas estuvieron preocupadas recordando acontecimientos parecidos que se dieron en tiempos ancestrales.
Al amanecer del día siguiente, al salir a rezar las dos mujeres ya no fue un quetzal muerto el que encontraron, esta vez eran dos: un macho y una hembra, además, una pareja de guacamayas rojas y una hermosa lora corona azulada.
Las diosas enterraron a los desdichados animalitos en el mismo lugar donde depositaron el excelso espécimen del día anterior, regresaron a su casa y en un cuarto especial que disponían para invocar a otros dioses se comunicaron con ellos por un buen rato.
Ese día estuvo silencioso, ni los pájaros cantaron, ni al atardecer las fieras dieron sus habituales sonidos de advertencia, parecía que el miedo se había metido en todos los rincones y una quietud cada vez más terrorífica se sintió mientras avanzaba la noche.
Antes de llegar la aurora del tercer día, el panorama que encontraron las diosas al abrir la puerta fue desolador esta vez eran veinte animales muertos, entre ellos dos polluelos decapitados de águila arpía, una pareja de ixmucur, un momoto ceja turquesa, guacamayas de diferentes especies…en fin, un asesinato de aves grotesco.
Los cuatro jardineros con la cabeza agachada y la muchacha especialista en almácigos, que lloraba desconsoladamente, estaban ahí esperando acompañar a las diosas a quienes ayudaron a enterrar aquellas criaturas inocentes cuyo único pecado era adornar con su bello colorido y alegrar con sus cánticos la floresta.
Ese mismo día estaba concertada una reunión en el salón principal de la ciudad donde estarían presentes importantes personalidades algunas venidas de otros sitios mayas que ayudarían a exterminar a los criminales.
Cuando Ixmucané y su niña bajaron de la colina rumbo a la ciudad pasaron por la laguna y los peces que se albergaban en ella como que supieran de los tiempos terribles que estaban pasando saltaron animados en el agua a manera de desearles los mejores augurios.
Mientras caminaban, en su trayecto se les atravesó un enorme puma que se paró en medio del sendero y las quedó viendo con sus ojos fieros. Las diosas no se inmutaron al verlo y continuaron con su paso firme a su destino, la fiera movió la cola con alegría, se echó al suelo y agachó la cabeza mansamente, las mujeres al pasar cerca de él le hablaron con palabras dulces y el animal les contestó con unos suaves gruñidos que eran en verdad voces alentadoras. Así también, muchos animales de la selva, grandes y pequeños, alados o terrestres, las siguieron en su viaje emitiendo sonidos para animar su periplo.
Al llegar a la ciudad mucha gente las estaba esperando y cuando las vieron venir comenzaron a cantar himnos de alabanza a las diosas, al sol, a la lluvia y en fin a la naturaleza toda y las acompañaron en procesión hasta la casa de las reuniones comunales.
Ixmucané y su niña se dirigieron a la sala de juntas, allí estaban entre otros personajes principales; Voc, el mensajero de Dios, los médicos eternos; Nimac y Nimatzís; los búhos protectores de Ixquic; Ixtot y su esposo, el antiguo Duende o Genio del bosque, los dos hermanos; Kimi y Chuwen, además del príncipe de la ciudad y todos sus dignatarios.
Ixmucané subió al estrado e inició su discurso de esta forma: «fue hace cerca de 260 baktunes que el sol comenzó a palidecer, era como si estuviese enfermo, o quizá simplemente dormía. Así continuó por mucho tiempo y la misma luna que siempre sigue su camino en el amplio cielo también palideció y aquellas luces que alumbraban la tierra desde el inicio de los tiempos ya no daban su luz resplandeciente, entonces la tierra comenzó a helarse, muchos animales murieron, los hombres de ese entonces, más rudos que el hombre nuevo, también sufrieron los embates del frío y la mayoría murió, pero unos pocos se refugiaron en la cavernas los más adelantados en el uso de herramientas supieron como adentrarse a lo profundo de la tierra lo que se conoce como el inframundo y así sobrevivió la humanidad, sin embargo, muchas especies de animales desaparecieron para siempre.
Con el pasar del tiempo aquellos hombres cuya dieta era principalmente los peces y los cangrejos que encontraban en los acuíferos subterráneos, se hicieron altos y fornidos. En un principio todos eran buenos y de alma pura pero el orgullo por haber vencido la inclemente crudeza de la época de hielo hizo que algunos cayeran en el pecado de la soberbia como el caso de Vacub- Caquix que creía ser el verdadero sol.
Ahora bien, yo sé que detrás de esta matanza insensata hay uno de esos hombres descendiente de aquellos soberbios que se quedaron escondidos en lo más recóndito del inframundo. Él es ayudado por uno o dos murciélagos gigantes sucesores de la parentela perversa de Camazotz. Es preciso que nos reunamos todos antes del anochecer y al darnos cuenta de que han salido a su cacería nocturna, atraparlos, matarlos y enterrarlos en un profundo agujero que yo ya tengo preparado en mi propiedad.»
Al atardecer todo estaba listo para el enfrentamiento con aquellos demonios; El Duende o Genio y los búhos de Ixquic entrarían en la espesura de la selva, los jóvenes Kimi y Chuwen esperarían en el límite del bosque del jardín; los médicos e Ixtot, estarían en la casa alertas para curar a los posible heridos en la batalla; Ixmucané y la niña permanecerían escondidas en los arriates de las flores provistas de afiladas lanzas en medio de las plantas donde dormían las aves; Voc, serviría de mensajero en caso de invocar directamente a Dios y en la retaguardia estarían los habitantes de la ciudad que luchaban como soldados voluntarios, agazapados en lo maizales armados de arcos y afiladas flechas para atacar al enemigo.
Ya había anochecido cuando los búhos observaron que algo se movía entre la maleza, en efecto, un hombre gigante apareció llevando en sus hombros dos murciélagos amaestrados porque con una seña, uno se dirigió hacia el sitio de las flores y el otro hacia los maizales, mientras tanto el demonio caminaba hacia el jardín. El Genio del Bosque, que también lo vio, lo siguió sigilosamente y primero le lanzó un dardo con su cerbatana y de inmediato se abalanzó sobre él con un filoso cuchillo hundiéndoselo en uno de sus ojos. El demonio dio un grito de dolor pero logró asir al Genio por la espalda y con poderosa fuerza lo tiró lejos sobre los árboles. Ixmucané y su niña divisaron al murciélago asesino y cuando estaba cerca se pusieron de pie y enviaron sus mortales armas que viajaron vertiginosas por el aire para pegar directamente en el blanco. El animal dio un alarido espantoso y luego cayó al suelo muerto atravesado por las lanzas.
Al oír el grito de uno de sus esclavos el gigante aceleró sus pasos y ya en el bosque se encontró con los muchachos Kimi y Chuwen quienes primero lo atacaron a flechazos y luego pelearon con él con sus espadas pero, aunque lograrlo herirlo corrieron la misma suerte que el Genio del Bosque.
Los guerreros voluntarios que estaban en la retaguardia fueron alertados por Voc y cuando el segundo murciélago se acercaba una lluvia de flechas cayó sobre aquel, hiriéndolo, no obstante, prosiguió su vuelo tan enfurecido, que aun así, alcanzó a atrapar por el brazo a uno de ellos al que suspendió como si fuera un guiñapo, pero las diosas que se dirigían rápidamente hacia el maizal dejaron ir sus lanzas sobre aquel monstruo alado derribándolo con certeros disparos.
Los lugareños se encargaron de rematar al murciélago. El gigante al ver todo aquello quiso regresar a su guarida pero Chuwen y El Duende, ya recuperados, lo detuvieron esta vez con teas encendidas. Para ese tiempo la mayoría de los habitantes de la ciudad habían llegado a los jardines de Ixmucané rodearon al hombre forzudo y lo destrozaron golpeándolo e hiriéndolo con todo lo que tenían a su alcance.
Kimi que fue el que sacó la peor parte fue llevado por los búhos a donde estaban los médicos que curaron sus heridas. El soldado de la ciudad, Chuwen y El Duende o Genio del Bosque también fueron sanados por los médicos Nimac y Nimatzís.
Luego de tirar los restos de los demonios asesinos al pozo, lanzarles teas de fuego para quemarlos y llenarlo de tierra y piedras los habitantes de la ciudad fueron a la casa de Ixmucané donde brindaron por su victoria con chicha o vino de maíz.
Mientras festejaban, Voc, el mensajero de Dios, llamó aparte a la diosa y le transmitió un mensaje del mismo Corazón del Cielo. Algunas personas alcanzaron a oír «Dios quiere que te vayas de este lugar» y también observaron la tristeza en el rostro de Ixmucané.
Unos días después Ixmucané mandó a llamar a sus cinco empleados y les regaló finísimos obsequios. A la muchacha, experta en elaborar almácigos. le obsequió un lindo huipil color azul maya adornado de esmeraldas y piedras jade y a los hombres pertrechos para el juego de pelota y adornos admirables.
A la mañana siguiente todos se sorprendieron de ver la casa de Ixmucané aún con las teas de pino encendidas y como la puerta estaba abierta entraron a investigar pero Ixmucané y su niña se habían ido.
Los empleados abrumados por la tristeza también dejaron el jardín para siempre. Tiempo después todo fue invadido por la maleza hasta desaparecer por completo.
Sin embargo, si en algún lugar del mundo ven a una mujer esbelta como una diosa que cuide con esmero un hermoso jardín recuerden que podría ser el espíritu de la diosa de El Alba, la que cuida la naturaleza para que el sol siempre nos ilumine con su luz refulgente.