MARCO OUSÍAS





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CUANDO DIOS CREÓ EL MUNDO... EL MUNDO DE LOS CONCEPTOS YA EXISTÍA

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EL EUNUCO DE SIDÓN


La primavera está por llegar, una reconfortante brisa sopla sobre el puerto de Sidón señal de que el viento Bóreas pronto desaparecerá y el Febo Apolo irradiará con toda plenitud sus ardientes rayos sobre el Mediterráneo. Catto, un griego proveniente de Crotona, hijo de Asclepio, expulsado de su patria luego de intrigas de varios de sus colegas que envidiaban sus destrezas como médico, vive ahora en su barco atracado en un muelle de la tierra de los fenicios. El oficio de Catto en esta época del año no es en manera alguna materia de ensalzar. Su ocupación principal es la de convertir en eunucos a esclavos traídos por los mercaderes de lejanas tierras o a jóvenes malandrines que por algún tipo de delito son capturados por los señores principales de la ciudad que luego los utilizan para recaderos sin gónadas.
En la popa de su barco, Catto tiene tres mancebos listos para caer en desgracia, dos de ellos, ladronzuelos reincidentes, resignados ya a su destino, cabizbajos miran fijamente el piso, sin embargo, el otro que les acompaña, llamado Laoconte, llora desesperadamente abrumando con sus súplicas a los dos ayudantes mudos que asisten a Catto . Éste es un fenicio hijo de familias ilustres, conocido en Sidón simplemente como Lao, es un aficionado al bien vivir, experto a seducir doncellas, quien ha caído en manos de los guardias del palacio del tesorero del rey después de salir de los aposentos de una de sus principales damas.
De los barcos los pescadores que faenan en los alrededores, insultan a Lao aludiendo la futura vida que le espera. Esto acrecienta más la angustia de Lao, quien insiste en platicar con Catto.
El primer mancebo es llevado a la litera donde el renegado hijo de Asclepio ejecuta la operación encomendada en un instante. En seguida, hace lo mismo con el segundo de ellos. No obstante, Lao se resiste con una fuerza increíble a perder su virilidad, lo que obliga subir a Catto a cubierta y utilizando sus arcanas habilidades médicas consigue llevar dormido a Lao a la litera para practicar su castración. Estando listo para iniciar el corte de las gónadas, Lao sorprendentemente se despierta y comienza a arengar a Catto de esta forma:
— ¡Oh!, hijo de Asclepio, como llaman a nuestro dios fenicio Eshmoun, los griegos, detén lo que piensas hacer, yo te pagaré con 3 talentos áticos de oro que escondo en un lugar secreto de Sidón si me dejas tal como soy.
—Por qué he de creerte—, le replicó Catto.
— ¿no sabes que aliado conmigo conseguirías lo quisieras en otras ciudades de Fenicia? … las mejores mujeres y el más fino vino de sus tierras—, le dijo Lao, quien continuando su discurso describiendo los lugares más bonitos de su patria, alcanzó detener el impulso amenazador de Catto, logrando que éste pusiera en la mesa de sus instrumentos médicos la afilada cuchilla que asía con su mano y se sentase a meditar un momento.
Catto, que en efecto en su natal Crotona era conocido por su debilidad por las mujeres y el vino, situación de la que se valieron sus enemigos para hacerlo caer en una cruel celada que le costó el ostracismo y la expulsión de su comunidad de asclepíades; comenzó a cavilar sobre las propuestas de Lao. En seguida recordó uno de los secretos que el gran sabio egipcio Imhotep, el verdadero Asclepio, mencionaba en sus escondidos pergaminos. Catto se levantó, se dirigió a la litera donde acostumbraba realizar sus estudios y ofrendas a su dios, cogió la llave de sus baúles y comenzó a escudriñar entre sus folios. Luego de una larga búsqueda encontró lo que deseaba: un pergamino escrito en letra sagrada egipcia que decía:
‘EL SECRETO DE LA GÓNODA OCULTA’
Ya resuelto a pactar con el fenicio, Catto se dirigió a la litera del condenado diciéndole:
—Existe un único camino para salvarte. Esto implicará mucho dolor que deberás de soportar con valentía, además al finalizar y salir de aquí tendrás que aparentar que en efecto no tienes gónadas y guardar este secreto por siempre.
Lao, reconfortado su ánimo con estas palabras, le contestó:
—No te preocupes Catto, yo soy experto en el disimulo y la trama, pero… ¿y estos?—, e hizo una pausa al hablar, al tiempo que fijaba su mirada en los asistentes del asclepíade que observaban impávidos lo que acontecía
—Mira, estos hombres son más fieles que mudos—, le contestó sonriendo Catto.
—Entonces, empieza cuanto antes hijo de Asclepio- replicó Lao.
Acto seguido Catto y sus ayudantes realizaron a cabalidad las arcanas fórmulas descritas en el pergamino.
Al cabo de unos minutos, Lao quien a pesar de haber sido sedado con el más potente remedio que Catto mantenía en su bodega clínica, se había desvanecido por el dolor de la operación, se despertó. Luego de platicar con Catto de las precauciones que debería tener por su nueva condición se despidió con la promesa de traer dentro de cuatro días lo que a él le correspondía en el trato.
El plazo convenido para el pago había caducado y el fenicio no aparecía. Catto se sonreía en sus adentros y pacientemente esperaba en su barco. Él sabía de la astucia que caracterizaba aquella estirpe de hombres dados a la mar donde él ahora habitaba.
Una noche, cuando Catto se encaminaba a su litera a dormir, oyó voces que lo llamaban del embarcadero, era Lao que con dos ayudantes traía el tesoro que había ofrecido por su fingida castración.
Ya en la cubierta del barco, Lao se disculpó por la tardanza alegando un sinnúmero de pretextos, mientras Catto lo escuchaba aparentando la aceptación como verdaderos de los argumentos de éste. Al fin Lao sabiéndose vencido en su astucia, le dijo: —Dime Catto, ¿cómo hago para deshacerme de esta maldita barba y todo el cabello que me cubre el cuerpo por ser realmente un verdadero hombre, no un eunuco?
Catto se rió de buena gana y le contestó:
— No podrás vencer a un griego más sabio y más viejo que tú—, luego fue a su litera, trajo consigo una pequeña ánfora que contenía una crema espesa y volviéndose donde Lao, le dijo:
—Aplícate en tú cuerpo este remedio todas las noches y el cabello no te crecerá—, luego continuó:
—Sabes que sólo yo conozco la fórmula de la medicina que te doy, así que debes de cumplir con la otra parte que convenimos.
Lao se dio cuenta que desde ahora estaría en manos de aquel taimado griego, se aplicó inmediatamente la crema en su barba y viendo que su efecto era pronto y seguro, agradeció a Catto su gentileza y se despidió alegremente, prometiéndole que en su próxima visita traería consigo dos de las mujeres más bellas de la ciudad.

Marco Ousías

© 2007

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