MARCO OUSÍAS





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CUANDO DIOS CREÓ EL MUNDO... EL MUNDO DE LOS CONCEPTOS YA EXISTÍA

ORACULUM



HIPATIA

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Muchos años habían pasado después de mi estadía en Río de Janeiro.

No volví a ver a mis amigos ángeles guardianes de la humanidad desde aquella tarde maravillosa que compartimos en Copacabana.

Frecuentemente recordaba el pequeño pergamino que me dio el teólogo, el cual guardaba cuidadosamente en mi cartera.

Ese día estaba por casualidad en New York, precisamente en Manhattan viendo pasar los barcos por la bahía en aquel bonito lugar llamado Batery Park

De vez en cuando volvía mi vista hacia otros lados en especial cuando oía los pasos de alguien que se acercaba. Fue en una de esas veces que me distraía con observar personas o aves del parque que merodeaban a inmediaciones del banco donde yo descansaba que atisbé a una joven mujer que se dirigía directamente a mi sitio de esparcimiento. En un principio no la reconocí, pero al hallarse a cierta distancia sentí aquella especie de campo de fuerza sobre natural que emanaba santidad y perfección, de inmediato supe bien quien era al ver el rostro de Claudia, la vigilante venida del cielo con quien almorcé en Río de Janeiro…

Ella sí ya me había reconocido, es más, creo que ya sabía desde mucho antes que yo estaba allí. Mostrando su candorosa sonrisa me llamó por mi nombre, sin salir de mi asombró me puse de pie, le di mis más efusivos saludos y la invité a sentarse cerca de mí.

Fue Hipatia la que inició la conversación, con su perenne pletórica jovialidad me preguntó:

– Aún llevas contigo el pequeño pergamino que te dio Adamantius.

Yo contesté que sí con un ademán de afirmación, y ella prosiguió:

– Ahora te va a cambiar lo escrito por él. Lo que diga ahí no lo compartas con nadie hasta que la letra resplandezca intensamente. Asimismo, cuando cambie de textura y color significa que está cerca la visita definitiva.

Luego me contó de otros lugares donde había estado después de Río de Janeiro, me habló de Yemen, Palestina, Nigeria…ahora estaba trabajando en la sala de oncología en un hospital de New York. En un momento de pausa le pregunté:

– ¿Hay otras personas como yo que interactúan con seres como ustedes?

– Sí, claro– me contestó– no son muchos, pero los hay en todo el planeta.

– En el hospital donde trabajo hay niños con cáncer que saben que pronto van a morir e irán al paraíso, al sólo verme se llenan de alegría. Ellos saben quién soy. Lo triste es ver a sus padres que me ven como una doctora más…uno se compadece de ellos… – Claudia fijó su mirada al cielo y su bello rostro denotó cierto abatimiento que no pudo disimular aun siendo un ángel, en seguida prosiguió:

–La tierra ha dado muchas vueltas alrededor del sol y yo sigo tratando con este tipo de cosas, pero siempre se asoma la melancolía en mi alma al recordar que un pequeño sea separado de sus padres, creo que es una remembranza perseguidora de la pérdida de mi madre cuando teníamos una vida feliz en Alejandría.

Un silencio misterioso envolvió el ambiente, pero después, algo espiritual y prodigioso, apareció de pronto y aquel lugar se volvió más alegre, se sentía más delicioso el aroma las flores, más agradable el suave murmullo de los árboles y más bellos los cantos de las aves. Era como si la naturaleza se diera cuenta de que la criatura celestial sentada a mi lado había perdido por unos instantes su candidez y le ayudaban con todos sus recursos para que volviera a su habitual dulzura.

Entonces fui yo quien reinició la plática y le dije:

– En todo este tiempo me he preguntado por qué los administradores de la salvación me escogieron a mí para ser uno de sus amigos, si yo no soy ningún santo, incluso, en algunos momentos de mi vida he dudado de la existencia de Dios.

Ella me contestó:

–Hay tres circunstancias que coexisten en la vida sobre la tierra: una tiene que ver con lo fortuito que es la vida desde que un ser humano es un óvulo fecundado; otra es el libre albedrío que tiene cada persona para decidir en su actuar; y, por último, está el destino que es decretado por El Cielo. Adamantius es uno de los ángeles encargado del reclutamiento de los mortales para que nos ayuden a mejorar el mundo y él nunca se equivoca.

Ahora, quiero saber del algo – le dije –

– Se que ustedes los seres espirituales que vienen del cielo tienen la facultad de la ubicuidad. Eso de que un ente pueda estar en varios lugares en el mismo instante me intriga y me recuerda las indagaciones que hicieron grandes sabios como Aristóteles y San Agustín acerca de ese concepto o propiedad volátil y profunda, empero, intrínseca en la vida, la que llamamos «tiempo».

– Por ejemplo, Arístóteles en su Física, hablando de la dificultad de entender la naturaleza del tiempo, dice: «Pues una parte de él ya ha pasado y ya no es, otra está por venir y no es todavía…» y más adelante lo define como un número «Porque el tiempo es justamente esto: número del movimiento según el antes y después».

Hipatia me escuchaba y me miraba como una maestra ve a un pequeño niño que trata de explicar sus primeras impresiones sobre el mundo, pero dejó que siguiera, y continué:

Por otra parte, San Agustín en sus Confesiones asevera que Dios creó el «tiempo», y también «ni hubo un tiempo en que no había tiempo». Asimismo, para negar que el tiempo lo da el movimiento de los cuerpos celestes relata que un día: «se detuvo el sol por deseos de un individuo para dar fin a una batalla victoriosa, estaba quieto el sol y caminaba el tiempo», yo deduzco que se refiere indirectamente a la predicción de un eclipse solar por Tales de Mileto en la batalla sostenida entre medos y lidios, pero el sol no se paró, él sencillamente siguió su rumbo escondido detrás de la luna.

Hipatia se rio de mis divagaciones y me dijo:

– Te voy a enseñar de una forma práctica la naturaleza compleja del tiempo, en un instante pareció salir del cuerpo de Hipatia una figura idéntica a ella que luego se levantó y subió como veinte metros arriba del suelo. Ya en lo alto me habló:

– Concéntrate, y tú también llegarás hasta aquí.

Así lo hice y de repente sentí que una fuerza me suspendía hasta estar cerca de ella. Entonces yo le pregunté:

– ¿Me llevarás a pasear para ver todo el planeta Tierra desde las alturas?

–Haré eso y algo más, te conduciré por toda la Vía Láctea hasta sus fronteras con la galaxia de Andrómeda.

En seguida estábamos fuera del sistema solar, nuestra estrella se veía como una pequeña luz, con sus planetas, aun los más grandes, como minúsculos puntos sobre un manto plano y obscuro. Luego, en la profundidad del espacio apareció una especie de corredor cilíndrico por donde entramos con Hipatia.

Cuando entramos por aquel atajo del cielo, una sensación sublime sacudió mi espíritu, simultáneamente comencé a escuchar sonidos armoniosos y placenteros.

– Eso que oyes es la música del cosmos – Me dijo Hipatia.

– Pronto llegaremos a un lugar que te sorprenderá bastante.

Así fue, en efecto.

– Ahora estamos en una galaxia satélite de la Vía Láctea, de las llamadas galaxias enanas por los astrónomos – comentó de nuevo.

Salimos del atajo tubular y entramos a un sistema solar parecido al nuestro.

– Visitaremos un planeta similar a la tierra solo que viviendo en aquella época que en la literatura clásica se conoce como la Edad de Oro.

–Ya me comuniqué con el coordinador de la comunidad y nos dará vestimenta para poder interactuar con sus habitantes.

Mientras no acercábamos, Un gran territorio apareció a mi vista, era una ingente isla en medio del océano, en ese momento pensé en la desaparecida y legendaria Atlántida.

Cuando estábamos en la atmósfera de aquella segunda Tierra, mi olfato fue sorprendido por olores deliciosos que algunos reconocí como alimentos elaborados de maíz tierno, recordé entonces una frase bonita del Popol Vuh que se refiere a la zona donde comenzó a vivir el hombre nuevo:

«Tierra hermosa llena de deleites»

Otros aromas, eran iguales al del pan de trigo recién horneado; o también, a los que emanan de diferentes frutas frescas como la piña, la papaya, el aguacate, la naranja, el banano y de otras más exóticas.

Nos esperaba un sacerdote con varios miembros de la congregación quienes nos indicaron el sitio asignado a cada uno para vestirnos a la usanza de los demás. Cuando salimos, observé que Hipatia llevaba una túnica azul celeste, mientras que mi ropa era de color blanco. Hipatia me explicó después que el azul era destinado a los seres espirituales como ella y que los vestidos de color blanco igual que yo, que por cierto éramos la mayoría, servía para reconocer a los seres humanos de aquel mundo.

Empezamos a caminar por aquel hermoso lugar repleto de personas alegres, donde mientras unos cantaban otros bailaban al son de la flauta y el tambor.

Nos acercamos a las secciones donde estaba la comida en el momento que preparaban el chocolate y el café, dos inconfundibles emanaciones que perfumaban el ambiente. Esto me trajo nostálgicos recuerdos de nuestro mundo.

El maestro que nos acompañaba nos explicó que ese día por la noche sería de plenilunio y que se celebraba una fiesta en honor al supremo dios de la agricultura. Era el mismo que los griegos llamaron Cronos y los romanos Saturno.

Más adelante observamos que tenían preparados en tinajas de arcilla o roble, diferentes tipos de vinos en especial los de cebada, maíz y uva. Que servirían para brindar por la abundancia de alimentos cuando asomara en por el oriente la esplendorosa luna llena.

Seguimos caminando en dirección a la playa donde los más jóvenes jugaban y se entretenían con el oleaje de un mar tranquilo. En verdad, la paz que se sentía en aquel sitio era comparable a los paraísos mencionados en las teogonías de la vieja Tierra.

Cuando llegó el crepúsculo todos los hombres y mujeres adultos llenaron los vasos del vino que más les apetecía, en el momento que la luna apareció resplandeciente en el horizonte todos levantaron sus copas y brindaron en honor de su dios agrícola y de la abundancia de las cosechas.

En ese momento surgió «Saturno» levitando sobre las aguas del mar y alzando su cáliz, bendijo a la muchedumbre que lo aclamaba. Después se confundió entre la multitud para saludar a sus prosélitos.

Toda la noche fue de regocijo intenso, mientras unos bailaban otros cantaban o simplemente bebían y comían sabrosas viandas.

Con nuestro guía subimos a una pequeña colina de donde se divisaba la plaza en que la multitud celebraba la fiesta. De ahí pudimos ver la ciudad con sus casas, templos, bibliotecas y museos todos pintadas exquisitamente de colores combinados con maestría admirable. Aquí nos explicó el modo de vivir comunal de aquella gente, que incluía el amor libre entre los jóvenes, el matrimonio monógamo, sin fines de procreación, se reservaba a los sacerdotes que alcanzaban una edad madura y se dedicaban enteramente a la educación de la juventud y a la adoración a Dios. Los niños recién nacidos eran al principio creados por sus madres, después de un tiempo pasaban al cuidado de guarderías especiales. Todos los hombres y mujeres adultas eran consideradas padres y madres de aquellos chiquillos que había en la comunidad. Salvo algunos artículos de aseo eran de condición individual, por lo demás, la propiedad privada era desconocida.

Con respecto a la dieta alimenticia, esta era principalmente vegetariana, pero se permitía la leche y sus derivados, así como los huevos de aves de corral. En las fiestas de plenilunio como la que se estaba efectuando, ese día, también eran admisibles las carnes blancas como el pescado.

A altas horas de la noche la fiesta seguía a todo vapor, pero Hipatia se dirigió hacia mí diciendo:

–Es hora de partir Marco.

En un momento llegamos al sitio de despedida. Ahí estaba el dios «Saturno» quien nos saludó y deseó buena suerte. Luego iniciamos el viaje de regreso a la vieja Tierra.

Cuando íbamos lejos de aquel hermoso planeta recordé las admirables palabras que expresa Don Quijote en el episodio de los cabreros, que en forma breve escribiré así:

«Bendita aquella edad llamada dorada en la cual las frases ‘esto es mío’ y ‘esto es tuyo’ no existían».

Después de salir de la galaxia satélite, Hipatia se desvió del camino anterior y me llevó a una especie de santuario espacial. Ya adentro usando sus etéreas manos emitió rayos de luz que encendieron una pantalla gigante en la cual se observaba nuestro sistema solar, amplificó la imagen hasta que logramos ver la ciudad de Nueva York y el parque bonito de donde habíamos venido. Ahí estábamos nosotros mismos platicando en el mismo paisaje que dejamos…las mismas aves, los mismos árboles, los mismos barcos cruzando la bahía y en fin todo igual.

Quieres ver algo más –me preguntó Hipatia–

Sí – le contesté–

–Quiero ver la zona de Mesoamérica con sus sitios mayas más importantes.

Mi angelical amiga enfocó la zona aludida y pude ver los sitios arqueológicos de Joya de Cerén en El Salvador, Copán en Honduras, Quiriguá en Guatemala, Caracol en Belice, y Chichen Itzá en México, todos alineados entre si como si su construcción se hubiese marcado desde el cielo.

Volvimos al Batery Park, nuestras almas viajeras entraron de nuevo a sus respectivos cuerpos.

Después de charlar un rato, Hipatia se despidió de mí y mientras caminaba hacia el mirador de la Estatua de la Libertad de Manhattan volteó su divina faz, y viéndome a los ojos fijamente, me dijo riendo:

–Las dudas que tengas aún sobre el tiempo y el espacio se disiparán cuando estés conmigo en el paraíso.

Al solo llegar al hotel busqué en mi cartera el pequeño papiro, leí su contenido que ahora si estaba escrito en español. Aquí lo que indicaba:

Un ente celestial está por venir al mundo.

Su propósito es enderezar a la humanidad para que avance por los senderos correctos.

Nacerá y crecerá como una persona normal, pero tendrá poderes omnipotentes.

No lo conocerás porque morirás antes de que él llegue.

No obstante, tú con otros más en el orbe, tendrán la tarea de preparar el camino de su

advenimiento.



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